viernes, 27 de marzo de 2009

La polilla y la estrella


Una polilla macho, joven e impresionable, hizo de una estrella el blanco de todos sus afanes. Se lo contó a su madre y ésta le aconsejó que más le valía dirigir todos sus afanes a la farola de un puente. "Las estrellas no sirven para que una vuele a su alrededor -arguyó la madre-, las lámparas sí que sirven para eso." "Sólo así llegarás lejos -dijo el padre de la polilla-.Persiguiendo estrellas no se va a ninguna parte." Pero la polilla no hizo caso a los consejos de sus padres. Todas las tardes, al caer el sol, cuando la estrella aparecía, la polilla salía volando hacia ella y por las mañanas, al alba, regresaba arratrándose a casa, agotadas las fuerzas por su vana empresa. Cierto día, su padre le dijo: "Llevas meses sin quemarte ni siquiera un ala, muchachito, y a mí me parece que así nunca vas a conseguirlo. Todos tus hermanos se han chamuscado de lo lindo volando alrededor de las farolas y todas tus hermanas se han achicharrado como es debido volando alrededor de las lámparas de las casas. ¡Sal de aquí ahora mismo y ve a que te abrasen! ¡Hay que ver, una polilla joven y fornida como tú sin una sola marca en el cuerpo!"

La polilla abandonó la casa de su padre, pero se negó a volar alrededor de las farolas y de las lámparas de las casas. Sigió tratando de alcanzar la estrella, que se encontraba a cuatro años luz y medio, es decir, a veinticinco billones de kilómetros de distancia. La polilla creía que la estrella estaba prendida en las ramas más altas de un olmo. Nunca alcanzó la estrella, pero siguió intentándolo noche tras noche, y cuando llegó a ser una polilla muy, pero que muy vieja, empezó a creer que había alcanzado la estrella y fue por ahí diciéndoselo a todo el mundo. Esto le produjo un placer muy hondo y duradero y vivió muchísimos años. Sus padres y todos sus hermanos se quemaron cuando aún eran jóvenes.


Moraleja: Quien vuela lejos del domio de la pena durará mucho y tendrá vida plena.



James Thurber

Ezra Pound


Nacido en 1885, era un chico de Idaho. Fue maestro de escuela. Le echaron por ser "demasiado del estilo del Barrio Latino". Pronto buscó solaz entre almas gemelas en el extranjero. A los veintitrés años, mientras pasaba hambre en Venecia, donde sólo comía patatas, publicó A Lume Spento, su primer poemario, que fue el inicio de una intensa amistad con Yeats, que escribió de él: "Tiene una naturaleza áspera y testaruda, y siempre está hiriendo los sentimientos de las personas, pero creo que tiene genio y una buena voluntad." ¡Decir que tenía buena voluntad es poco!: entre 1909 y 1920 en Londres, donde vivió primero, y luego en París, promovió continuamente las carreras de los demás (fue a Pound a quien Eliot dedicó The Wasteland; fue Pound quien reunió el dinero que permitió a Joyce completar el Ulysses). Su generosidad en ese sentido es tan grande que incluso Hemingway, que no siempre está dispuesto a celebrar la bondad de los demás, lo reconoció: "Así que, hasta ahora", escribió en 1925, "resulta que Pound, el gran poeta, dedica, digamos, una quinta parte de su tiempo a su poesía. Emplea el resto en tratar de mejorar la suerte, tanto material como artística, de sus amigos. Los defiende cuando son atacados, hace que las revistas publiquen obras suyas y los saca de la cárcel. Les presta dinero. Vende sus cuadros. Les organiza conciertos. Escribe artículos sobre ellos. Les presenta a mujeres ricas. Hace que los editores acepten sus libros. Los acompaña toda la noche cuando aseguran que se están muriendo y firma como testigo sus testamentos. Les adelanta los gastos del hospital y los disuade de suicidarse. Y al final algunos de ellos se contienen para no acuchillarse a la primera oportunidad."

No obstante, se las arregló para publicar opúsculos de un modo regular, para lanzar sus sonoros Cantos ("la epopeya de las andanzas de una mente literaria", como los definió Marianne Moore dando muestras de su acostumbrada exactitud) y para intentar, con seriedad, aunque infructuosamente, experimentar con la escultura y la pintura. Pero fue el estudio de la economía lo que llegó a acaparar todo su interés ("La historia que omite la economía es palabrería inútil"). Fue adquiriendo ideas muy extrañas acerca de este tema, y fueron algunas de ellas las que provocaron su ruina: en 1939, cuando ya llevaba mucho tiempo siendo italianófilo y admirador de Mussolini, empezó a transmitir por Radio Roma una serie de discursos de corte fascista que culminaron en su acusacióny procesamiento como traidor a los Estados Unidos. Las unidades del ejército norteamericano que invadía Italia le apresaron en 1945. Durante varias semanas, como si hubiera sido una bestia sarnosa y rabiosa digna de un zoológico, le tuvieron encerrado en una jaula al aire libre en Pisa. Unos meses después, en la víspera de su juicio por traición, fue declarado loco, cosa que puede ocurrirle a cualquier poeta en su sano juicio artístico. Y por ello pasó los siguientes doce años encerrado en el Hospital St. Elisabeth, en Washington. Durante su encierro publicó The Pisan Cantos y ganó el premio Bollingen, recompensa severamente criticada en los ambientes reaccionarios.

Sin embargo, un lluvioso día de abril de 1958, Pound, ya un viejo de sesenta y dos años, con su otrora centelleante barba de color ceniza y su rostro de santo y sátiro marcado por arrugas que narraban una historia de pesadumbres, se puso de pie en Washington frente a un juez, un tal Bolitha J. Laws, y oyó que se le declaraba "loco incurable". Incurable, pero lo suficientemente "inofensivo" para quedar en libertad. Y entonces Pound anunció: "Cualquier hombre que soporte vivir en Estados Unidos está loco", y se preparó para irse a Italia.

Unos días antes de partir le hicieron fotografías. Mantenía cerrados los ojos arrogantes y burlones mientras cantaba trozos de canciones sin sentido y se paseaba como si todavía estuviera encerrado en su jaula pisana; o, más bien, en una jaula que había llegado a ser la propia vida.


Truman Capote

miércoles, 4 de marzo de 2009

Isak Dinesen


Rungsted es una cuidad junto al mar, en la carretera costera entre Copenhague y Elsinore. Para los viajeros del siglo XVIII esta aldea, en otros sentidos poco distinguida, era bien conocida por su posada. La posada, aunque ya no sirve a los cocheros y a los pasajeros que transportaban, sigue siendo famosa: es el hogar de la primera ciudadana de Rungsted, la baronesa Blixen, alias Isak Dinesen, alias Pierre Andrézel.

La baronesa, que pesa como una pluma y es tan frágil como un puñado de conchas, recibe a sus visitantes en un salón amplio y resplandeciente, salpicado de perros dormidos y calentado por una chimenea y una estufa de porcelana; en el salón, como creación imponente surgida de uno de sus propios cuentos góticos, está sentada ella, cubierta de peludas pieles de lobo y tweeds británicos, con botas de piel, medias de lana en sus piernas, delgadas como los muslos de un hortelano, y frágiles bufandas color lila rodeando su redondo cuello, que un anillo sería capaz de abarcar. El tiempo ha refinado a esta leyenda que ha vivido las aventuras de un hombre con nervios de acero: ha matado leones que embestían, y búfalos enfurecidos, ha trabajado en una granja africana, ha sobrevolado el Kilimanjaro en los primeros aviones, tan peligrosos, ha curado a los masai. El tiempo la ha reducido a una esencia, igual que una uva se convierte en pasa o una rosa en perfume. Inmediatamente, aun en el caso de que uno no conozca su pasado, se da cuenta de que es la vrai chose, todo un personaje. Un rostro tan facetado, cuyos prismas desprenden un orgulloso centelleo de inteligencia y educada compasión, es decir, de sabiduría, no puede ser una ocurrencia accidental. Tampoco esos ojos, con kohl en los párpados, profundos, como animales de terciopelo acurrucados en una cueva, son posesión de mujeres comunes.

A los vistantes a quienes invita a tomar el té, la baronesa les sirve una merienda muy completa: primero jerez, y después tostadas, mermeladas surtidas, paté, hígado a la parrilla, crêpes con gusto a naranja. Pero la anfitriona no comparte la comida, no está bien, no come nada, nada en absoluto, oh, tal vez una ostra, una fresa, una copa de champán. En lugar de comer, habla, y como todas las artistas, y por cierto todas las antiguas beldades, es lo suficientemente egocéntrica para disfrutar de sí misma como tema de conversación.

Sus labios, con un leve toque de pintura, se tuercen en una sonrisa oblicua de contorno más bien paralítico, y en un inglés rico en inflexiones británicas, dice: "Ah, sí, esta posada podría contar una infinidad de historias. Pertenecía a mi hermano, se la compré. Last Tales pagó el último plazo. Ahora es mía, absolutamente. Tengo planes para ella, cuando muera. Será un refugio de pájaros, el parque, todo el terreno, un santuario para los pájaros. Durante los años que pasé en África, cuando tenía mi granja en las montañas, nunca me imaginé que volvería a vivir en Dinamarca. Cuando supe que iba a perder la granja, cuando estuve segura de que no podría conservarla, empecé a escribir los cuentos: para olvidar lo insoportable. Durante la guerra, también. La casa era una estación en el camino de los judíos que escapaban a Suecia. Había judíos en la cocina y nazis en el jardín. Tenía que escribir para no volverme loca, y escribí The Angelic Avengers, que no es una parábola política, aunque me pareció divertido que mucha gente pensara que sí. Hombres extraordinarios, los nazis. A menudo discutía con ellos, les contestaba con rudeza. Oh, no piense que quiero parecer valiente. No arriesgaba nada: formaban una sociedad tan masculina, que no les importaba lo que pensara una mujer. ¿Otro panecillo? Por favor, sírvase. Disfruto viendo comer. Hoy esperaba al cartero. Esperaba que me trajera un nuevo paquete de libros. Leo tan rápidamente, que me es difícil estar abastecida. Lo que le pido al arte es atmósfera, ambiente. Algo que escasea en el menú de hoy. Nunca me canso de los libros que me gustan, puedo leerlos veinte veces. Puedo, y lo he hecho. El rey Lear. Siempre juzgo a una persona según su opinión sobre El rey Lear. Naturalmente, uno quiere una página nueva, un rostro diferente. Tengo un talento especial para la amistad; con lo que más disfruto es con mis amigos: moverme, salir, conocer nuevas personas y ganármelas."

La baronesa, en verdad, se mueve periódicamente. Se apoya sobre el brazo afectuoso de la señora Clara Svendsen, patéticamente alegre, que es, desde hace años, su secretaria y compañera ("¡La buena de Clara! Al principio la contraté como cocinera. Después de tres comidas espantosas, la llamé a capítulo: "Querida mía, eres una impostora. ¡Dime la verdad!" Lloró, y me contó que era maestra, del norte de Dinamarca, y estaba enamorada de mis libros. Un día leyó un anuncio en el que pedía una cocinera. Así que vino, dispuesta a quedarse. Como no sabía cocinar, decidimos que sería mi secretaria. Lamento la decisión terriblemente. Clara es una horrenda tirana.") Juntas se van a Roma o a Londres, generalmente en barco ("En los aviones no se viaja; sencillamente, te transportan, como si fueras un paquete"). En enero pasado, el invierno de 1959, viajó por primera vez a los Estados Unidos, un país al que le está muy agradecida porque le dió su primer editor y su primer público de lectores. Su recepción fue comparable a la de Jenny Lind; por lo menos, superó a la de cualquier personaje de la literatura desde Dickens y Shaw. Apareció en la televisión, la revista Life le dedicó su portada, la única lectura pública de su obra programada se convirtió en una maratón de sesiones de lectura cuyas entradas incluso llegaron a revenderse y que culminaron con prolongadas ovaciones del público puesto en pie, y nadie, nadie, ha sido huésped de honor de mayor número de fiestas de homenaje. ("Fue delicioso. Nueva York: ¡ah! Allí sí que suceden cosas. Almuerzos y cenas, champán, champán. ¡Todos fueron tan amables! Cuando llegué pesaba cuarenta y cinco kilos, y cuando regresé, cuarenta. Los médicos no sabían cómo seguía viva, insistían en que aquello podía haberme matado, pero ¡bah!, eso lo sé desde hace años. La muerte es mi novio más antiguo. No, sobrevivimos, y Clara...Clara engordó seis kilos.")

Su aceptación de la edad y sus consecuencias no es estoicamente definitiva. Se entrometen notas de sana esperanza: "Quiero terminar un libro, quiero ver las frutas del verano próximo, volver a Roma, ver a Gielgud en Stratford, quizá volver a los Estados Unidos. Aunque sólo sea eso. ¿ Por qué soy tan débil?", pregunta, tirando de sus bufandas lila con su mano morena y huesuda, y la pregunta, acompañada por las campanadas del reloj de la repisa de la chimenea y de una palabra susurrada por la señorita Svensen, invita al huésped a que se retire para que la baronesa pueda dormitar en un diván junto al fuego.

Cuando el visitante se va, es posible que le den un ejemplar de su libro favorito ("Porque trata de cosas reales"), el hermoso Lejos de África. Un recuerdo que lleva la dedicatoria "Je repondrai, Karen Blixen".

-Je repondrai- explica, de pie en la puerta, mientras como despedida, ofrece la mejilla para que se la besen-, yo responderé, un hermoso lema. Lo tomé prestado de la familia Finch-Hatton. Me gusta porque creo que todos tenemos una respuesta en nosotros.

Su respuesta ha sido sí a la vida, una afirmación de la que se hace eco su arte con un eco que despertará nuevos ecos.


Truman Capote