jueves, 13 de agosto de 2009

El pensamiento de Lovecraft


Para Lovecraft lo real es lo irreal convertido en horrendo. Pues lo irreal es una realidad que aún no es o ha dejado de ser. Y en el ser radica lo espantoso, pues ser es no poder salir y, a la vez, estar en un dominio que se va transformando imperceptiblemente por la presión de la muerte (que no es la nada, sino el dominio de todas las posibles virtualidades). Si el hombre es hijo del azar, en la evolución cósmica, es porque el universo también nació del azar. Y este azar nos conducirá, con certidumbre, hacia dolores espantosos que aún no podemos ni presentir, aunque ciertas enfermedades, ciertos suplicios, ciertos horrores de algunos estados mentales aludan a tales padeceres. Si no hubiera ninguna realidad, la paz infinita sería dueña del mundo, pero como hay una irrealidad en movimiento, que sentimos, nunca esa paz será patrimonio del alma. Lo real es irrealidad porque es-dejando-de-ser, y porque lo sabemos, de suerte que todo es precariedad (no abstracta, simple "dejar de ser", sino concreta: convertirse en...). Entonces, los "otros" mundos, de irreales, se transforman en tan reales, si no más reales. Y las "otras" formas de vida, de muerte, de dolor penetran lentamente en nuestro programa. Lenta, pero definitivamente. Por esto, Guardini, ha podido decir que para el hombre del presente cada vez habrá más peligro. Y que la naturaleza, para él, será una naturaleza no natural. Esa "madre terrible" no está reducida a lo que encontramos a nuestro alrededor: nos espía desde la luna, desde la estrella alfa de Centauro, desde la mantis religiosa; pero sobre todo nos trastorna desde las otras metrologías. Pues en realidad -especialmente hablando- no es sino "lo dado" a una metrología que le concierne. Es decir, a un millón de reducciones o de aumentos, no hay "nada" de lo que es real, ahora y aquí, para "nosotros": coro de cabezas que sólo son tales por el convencionalismo de verlas a una misma velocidad y al mismo nivel en que existen.



Lovecraft no habla de alucinaciones, sino como presentimientos. Sometidos a un universo que aún está haciéndose no podemos conducirlo ni dejarlo. Lo que era una garantía (la relación macro-microcosmos, base de la antigua "imagen del mundo") se ha transformado justamente en origen de un doble riesgo (que acontece desde dentro y desde fuera). En Dans l'abîme du temps, los sueños impulsan a un ser humano a viajar a un continente lejano; en un desierto halla ruinas ciclópeas de edades remotísimas, penetra por oscuros corredores, y encuentra una sala y en ella una caja metálica que contiene un documento. No está escrito con jeroglíficos incomprensibles, sino con letras del alfabeto familiar, que forman palabras escritas por la propia mano del incierto "Visitante". Frío glaciar, olor nauseabundo, pérdida de la razón, planos convergentes de una sustancia deslizante, monstruosas perversiones de las leyes geométricas y abismos crepusculares son otras tantas metáforas, otros tantos símbolos de una "situación" de desleimiento hacia formas inexorables e inexpresables. En este tumulto, orgía de lo informe, lo único verdadero es el movimiento que lleva a todo lo -arrojado- en hacia. Un mundo en metamorfosis constante, en el que todos los colores del prisma cuentan, desde el azul celeste al rojo fuego, nos espera. Viviendo el arte paleolítico, la llegada de los primeros hombres a la luna, observando a los monstruos que fosforecen a miles de metros bajo la superficie marina, teniendo mera conciencia de esos océanos, nos deslizamos no hacia la nada sino hacia el horror. Esto y no otra cosa nos cuenta Lovecraft. Aunque, si bien en La Clé d'argent, que puede considerarse como su síntesis de exposición autobiográfica, habla de "un mago perdido en un cementerio" (símbolo de su "yo superior" extraviado por el enfrentamiento continuo o frecuente con su concepción del mundo configurada en visiones y concretada en retratos-parábola), también alude (y se delata) a ciudades y jardines, eternos símbolos de esperanza esa niebla plateada que nunca vibra sobre las densidades opacas de los pétreos mundos lovecraftianos. Porque sabe que la esperanza sería también dinámica, y que "lo que ella trajera" sería para desaparecer, no en la nada sino en el horror, como el propio hombre. Un árbol puede verse como un ser en éxtasis, ser verde bajo lo azul aspirando al (el) cielo. Pero también puede verse como un pulmón jadeante que respira sin mebranas que protejan (y oculten piadosamente) su estructura funcional, su biología. Que un hombre desgarrado por los osos, mostrando al sol la red de las arterias y de los nervios puede constituir "un espectáculo bellísimo" nos lo dicen quienes dan fe de la actitud del espectador en un circo romano. Y la metáfora de que la letra sea del propio visitante, del que llega de un mundo situado a milenios de distancia, en el relato antes citado, expresa que el hombre, en su mente, es el reflejo de todo; la irrealidad sufriente hecha conciencia, solicitada por "ciertas formas o entidades (que) poseen un poder de sugestión capaz de dejarnos entrever innumerables realidades más allá del mundo ilusorio en el que nos encerramos" (Par delà le mur du Sommeil). Si se mantiene, así, con todo, la conexión macro-microcosmos y si el hombre sigue siendo "el mensajero del ser" (Max Scheler) esto no es ya motivo de gloria ni de satisfacción, sino de pavor helado. ¿Dónde estamos? ¿A dónde vamos?


Es evidente que podemos olvidar de pronto a Lovecraft y su teoría pesimista de la vida, no ya de la mera existencia. Pero, ¿podemos olvidar nuestro cuerpo? ¿Quién no ha sentido alguna vez lo extraño de su relación con su cuerpo? Extranjería, ante todo. Luego se transforma, envejece, se dispone diariamente a morir y da un paso hacia la disgregación y la corrupción. ¿Dominación del universo? Sí, o dominación del hombre por el universo. Este dilema es el que plantea Lovecraft de muchos modos en sus libros temblorosos, en los que la inteligencia, con su precisión, reservando el "golpe final" para sorpresa y quebranto del lector, resulta ingenua ante la evidencia del estado en que se halla el propio autor, que sólo busca compañeros en su terror, o que hace signos de advertencia a las generaciones futuras. No sólo habla de mundos futuros, sino también pasados. Y halla el espanto de la alteridad de lo que fue y en el cómo fue, de igual modo que en la posibilidad de lo que adviene, o de lo que ya vigila en torno nuestro. La música, los perfumes, las fórmulas, a falta de otra cosa le sirven (esos viejos utensilios de la magia tradicional) para abrir las tres dimensiones del espacio ordinario. Se diría simismo que, aproximándonos a lo horrible (crímenes, canibalismo, transplantes de cerebros, vampirismo, dominación por entes de otros mundos) intenta acostumbrarnos a ello y, en cierto modo domesticarlo. Así es como, según se dice, algunas enfermedades, al hacerse más frecuentes, resultan menos virulentas. Pero Lovecraft, como Kafka, y a diferencia de Poe, no es activamente cruel. Su crueldad, de existir, se ha trasvasado a la materia de sus obras y actúa desde ellas. No hay gatos con ojos extraídos por venganza narrada por el autor. Lo terrible antes aludido se cuenta con horror. Sucede. Y ésta es la palabra-resumen del artista, que en ello lo es: en comunicar la implacable movilidad con que lo inaceptable acontece. O, mejor, aconteció en un prototiempo. Y ya no cabe huir de las ruedas de la máquina. Los sueños en que la doctrina del irrealismo transforma la realidad son sueños de espanto y Hamlet hacía bien en temerlos cuando, estilete en mano, se preguntaba: Ser... o no ser. Y no se atrevía a buscar la "segunda solución" que, sin embargo, advendría y se apoderaría de su cuerpo (y de su alma, acaso, sí, para Lovecraft) como aconteciera con Yorick. En Shakespeare hay sobresaltos que se encarnan en frases cortas: los relámpagos de esa luz quiso, en su grieta mural, trabajarlos Lovecraft para convertirlos en la única luz, por creer que son la única luz de éste y de todos los mundos.


A esa tarea dedicó su trabajo, cuyo mérito, según Bergier, es el "haber conquistado para la imaginación humana inmensos dominios en los que nunca se había aventurado... mito que expresa la grandeza y el horror del cosmos, no sólo a la escala humana, sino a la de toda inteligencia, aunque su forma exterior no se asemeje a la nuestra". Dentro de su subjetivismo, de su mentalismo absoluto, Lovecraft habla como un científico o como un cronista de la nueva realidad con que hemos de enfrentarnos. Su obra es el testimonio de una experiencia, pero sobre todo es el umbral tremendo de una fase de la Aventura.




Howard Phillips Lovecraft nació en 1890 y murió en 1937. Vivió en Providencia (Rhode Island, Estados Unidos) y, según se desprende del prefacio de Jacques Bergier para Démons et Merveilles (París, Deux Rives, 1955) se ganó probablemente la subsistencia como corrector de estilo. Una bibliografía elemental está constituida por el prefacio arriba citado, por el artículo del mismo autor -Jacques Bergier- en Critique, H.P. Lovecraft (noviembre de 1954) y por el anterior texto de August Delerth, H.P. Lovecraft, a Memoir (Nueva York, Abramson,1947). Narra Bergier, refiriéndose sin duda al último periodo de la vida de Lovecraft que, cuando amigos suyos quisieron que se ganara mejor la existencia escribiendo obras "aceptables" y "normales", en un inglés perfecto el autor de los relatos revelaba su ignorancia de los detalles más ordinarios de la vida cotidiana. Cuando los editores le escrbían asombrados respondía: "Me excuso, la pobreza, las preocupaciones y el exilio me han hecho olvidar todo esto". Esta palabra, exilio, subrayada por nosotros, justifica que Serge Hutin, en Les Gnostiques (París, P.U.F., 1959) después de indicar que el gnosticismo, no es, en sí, una religión, sino "un sentimiento del mundo", y que reaparece en las épocas de crisis y de pesimismo total, juzque a Lovecrat como gnóstico. Las ideas de omnipresencia del Mal, de necesidad de evasión y el sentimiento de radical extranjería en la tierra son los "síntomas" esenciales de la enfermedad gnóstica. Esta es, pues, la actitud opuesta a la de Tagore que dice: "Sé que también amaré a la muerte". El gnóstico responde afirmativamente a la interrogación de Azorín: "¿No es, acaso, que todo tiene un alma y que esa alma pide liberación?"; pero sabe que esa alma es terrible.


Como escritor, Lovecraft se halla en el centro de una doble polaridad: literatura fantástica o de terror-literatura de "anticipación" o ciencia-ficción; ocultismo (aunque lo rechazara) y ciencia (aun cuando no fuese un científico profesional), ya que, según quienes le conocieron, tenía una inmensa cultura formada al azar de sus anhelos intelectuales: sabía de ciencias naturales, altas matemáticas, arqueología y un "número incalculable de idiomas, comprendidas cuatro lenguas africanas y dialectos" (Bergier). Conocía, además, muy bien el psicoanálisis, en el que apenas creía. Dadas las trayectorias, o coordenadas, que hemos señalado nos parece útil indicar algunos precedentes con sus fechas, en relación con la obra de Lovecraft. E.T.A. Hoffman, creador del género o, al menos, importante hito en el mismo nació en 1776 y murió en 1822; su obra corresponde, pues, al primer cuarto del siglo XIX. Más tardío es Edgar Poe (1809-1849), cuyos Tales of the Grotesque and Arabesque son de 1840-1846. En otro espíritu, no puede olvidarse un aspecto de Verne (1828-1905), cuyos libros De la terre à la lune y Vingt mille lieus sous les mers datan, respectivamente de 1865 y 1869-70. Más tarde encontramos a H.G. Wells (1866-1946), cuya Guerra de los mundos es de 1898 y Los primeros hombres en la luna de 1901. Respecto al ocultismo, no cabe citar aquí antecedentes reales o supuestos; pero la "obra" que posee un "clima" en ocasiones más próximo al de ciertos relatos de Lovecraft es, sin duda, La doctrina secreta (1888) de Helena Petrovna Blavatsky (1831-1891). Finalmente, como antecedente directo, y al parecer auténtico, de cierta temática de Lovecraft hallamos la extraña obra de Charles Hoy Fort (1874-1932), titulada en francés Le Livre des Damnés, editada en París en 1955, pero publicada en Nueva York ya en 1919, libro al que Pauwels y Bergier hacen frecuentes alusiones en Le Matins des Magiciens (París, N.R.F., 1960). Esta obra, que construye una teoría del mundo como "realismo fantástico" no deja de tener apoyos en el realismo abierto de Gaston Bachelard (1884-1962) e incluso en algunas teorías cosmogónicas de Teilard de Chardin (1881-1955).

Las obras de Lovecraft serían escritas en 1920-1935, por consiguiente después de casi todo lo citado, pero antes del gran periodo de realización que se abre a la terminación de la segunda guerra mundial: exploración de abismos subterráneos por Cousteau y Piccard (descenso a más de 11.500 metros en 1960); salida al espacio exterior (primer sputnik, 1957; primer vuelo espacial tripulado, 1961); trasplante de órganos vitales, cibernética, biónica y nuevas concepciones de la materia, la electricidad, la biología, etc., aunque la mayoría de estas "realizaciones" seguramente habían sido ya expuestas por teóricos precursores (por ejemplo, el ruso Tsiolkowski, 1857-1935, escribió y publicó, en 1903, un Estudio sobre la exploración del espacio exterior por medio de aparatos a reacción). Pero no olvidemos que la obra de Lovecraft utiliza todos estos elementos mejor que los sirve. Retornando a la documentación, es decir, a las citas, nos permitimos transcribir, por creerlas de sumo interés, la opinión del ya citado Serge Hutin sobre Lovecraft en su libro Les Gnostiques: "Caso límite (dentro de esta constante o regresión al gnosticismo) es el de H.P. Lovecraft (1890-1937), autor de alucinantes cuentos fantásticos. En Lovecraft, la angustia ante la condición humana adquiere una amplitud vertiginosa: vivamente afectado por las inquietantes perspectivas abiertas por la exploración de los abismos del tiempo (la arqueología, por el momento; Lovecraft soñaba con una máquina que hiciera reversible la temporalidad), del espacio y del espíritu, el escritor extiende el terror más allá del continuum espacio-temporal, a una multitud de universos continuos y discontinuos. En todas partes hallamos seres de espanto -clasificados en genealogías grandiosas y complicadas- (por aquí Lovecraft parece relacionarse con el Blake, 1757-1827, de Urizen (1794), que se enfrentan sin cesar en titánicas luchas. Algunos de estos monstruos crearon la vida en nuestro sistema solar "por burla o por error". La realidad en que vivimos es sólo una pompa de jabón sobre abismos horrendos -temporales y espaciales- en los que el hombre puede caer a la menor imprudencia".

Queda para un estudio analítico descifrar la "originalidad" de los temas de Lovecraft, algunos de los cuales siguen a Poe (el muerto que, por un procedimiento x continúa en aparente vida: El caso de M. Valdemar, de Poe; y Air froid, de Lovecraft). También el recurso de sugerir arcanos insondables por la mención de títulos de una biblioteca (ocultista): Unaussprechlichen Kulten de Von Juntz, el Necronomicon de Abdul Alhazred, Culte des Goules del conde d'Erlette, de Vermis Mysteriis de Ludwig Prinn (Lovecraft) lo emplea Poe en La caída de la casa Usher. Objetos irracionales fueron aludidos por Lord Dunsany; cambios de personalidad y supervivencia a lo largo de siglos pertenecen a la "tradición" del vampirismo. Pero lo importante en Lovecraft es la síntesis de todos estos elementos para hacer de ello un mundo fascinante y terrible. En cuanto a la coinicidencia de Lovecraft con algunas concepciones de la ciencia, citaremos un aspecto lo bastante representativo para que no sea preciso insistir. Dice el novelista: "Que poco conoce el yo terrestre de la vida y de su amplitud. Qué poco debe conocer para la paz de su alma". Y el biólogo y genético, materialista, Haldane (citado por Bergier) dijo: "El universo no sólo es más extraño de cuanto podemos imaginar". Extraño debe tomarse aquí en el doble sentido de ignoto y de capaz de infundir terror, pues, en lo conocido, sabemos que existe la dualidad (el cordero y el tigre, la rosa y el escorpión) luego en lo ignoto las dos fuerzas antagónicas seguirán actuando eternamente. Consignemos por último que, lustros antes de la bomba de Hiroshima, Lovecraft, en Arthur Jermyn ("Je suis d'ailleurs"), dice: "La ciencia, cuyas terribles revelaciones ya nos abruman, tal vez será la exterminadora definitiva de la especie humana". Hay pues, profetismo en Lovecraft como lo hay en Kafka; pero el de Kafka se enfrenta sólo con la existencia humana (metafísica o antimetafísica, tradición, cultura y psicología de la conducta y de la sociedad), mientras que Lovecraft toma por asunto la totalidad de relaciones (biología, otros universos, interrelaciones de espacios y tiempos, etc.) Lo mismo habla de máquinas y de cyborgs (un cerebro humano insertado en un tubo de metal, dotado de equivalentes de los "sentidos" y preparado para el viaje de miles de años a otra galaxia) que cita fórmulas de magia: OGTHROD AI'F GEB'L - EE'H YOG - SOTHOTH'NGAH'NG AI'Y ZHRO, o epigrafía clásica: DIV... OPS... MAGNA... MAT, en un contexto que la torna explicativa de algo sin nombre (Les rats dans les murs). Cree que una "entidad cósmica" puede introducirse en un cuerpo humano y habitarlo hasta que la tensión lo haga estallar y, desde el exterior, se dé a ello el nombre de locura. Admite la supervivencia de seres o de fuerzas de edades remotísimas y cita conjunciones de acontecimientos anómalos (en lo que sigue a Hoy Fort) y (en lo que es personal) series paralelas de hechos, en lo subjetrivo imaginario (sueños) y en lo real exterior. Busca destruir la sensación de seguridad del hombre normal y afirmar la apertura de la realidad hacia aquello que todavía no tiene nombre.



Juan Eduardo Cirlot